La historia de Charles Bradley resulta curiosa. Lo escuchas y parece que es un viejo lobo de mar en el negocio musical. Eso se piensa al saber que tiene más de 60 años y canta soul a la antigüita. Soul de verdad, del rasposo y que tiene razones honestas para lamentarse. No el que nos quieren enjaretar en versiones higiénicas de cantantes que aparecen en la portada de Vanity Fair.
Pero no, el tipo no tiene una trayectoria extensa: el primer álbum de Charles Bradley (titulado No Time For Dreaming) salió apenas en 2011. Es, podría decirse, todo un jovenzuelo en la industria aunque ya desde finales de los noventa había probado suerte con presentaciones en pequeños lugares. Su voz recuerda un poco al gran Otis Redding, aunque igual tiene ecos de un James Brown en plan resquebrajado. Y no es casualidad, ya que uno de los acontecimientos que lo marcaron fue el día en que su hermana lo llevó a un concierto de este último en el Teatro Apollo de Nueva York a principios de los años sesenta. Fue ahí donde le invadió la llama artística, que no se apagó a pesar de que transcurrieran décadas antes de que diera la campanada.
Me gustan ese tipo de odiseas, las de aquellos que no cesan en el intento. El caso similar a la de escritores o pintores que no alcanzan notoriedad hasta edad avanzada. De cierto modo dan esperanza, en especial cuando llegas a sentir que quizás ya no seas lo suficientemente joven para lograr tus sueños y que quizás si no han sucedido hasta ahora es porque no sucederán jamás. Ahí están ellos para que uno se calme un poco. Sí es posible. La edad a veces pesa más de lo que debería. Hay que serenarse.
Este año, por cierto, sacó un nuevo disco: Victim of Love. Les comparto la pieza titular. Una joya que expone una idea tan certera como demoledora: quien se enamora, a veces sin darse cuenta, se convierte en una víctima . No en una víctima de otra persona, sino del amor mismo, que ata, agobia, consume. Disfruten.