Vuelvo a casa después de una visita a la universidad. Conforme me acerco a la puerta, noto que arriba de una de las bardas se encuentra el gato de las vecinas. No sé cómo se llame. Es de color blanco con manches cafés. Una característica de la especie es que vienen en diversas presentaciones. Puedes ver gatos negros, rubios, castaños, de rayas o de color crema. Son diferentes entre sí. Ofrecen una riqueza mayor a la de, digamos, las cebras que mucho no cambian unas de otras.
Antes eran dos gatos, pero uno murió. Alguien lo envenenó, según dijo la vecina. La noticia fue triste ya que considero a los gatos seres hermosos que hacen de la tierra una planeta que ha valido la pena, a pesar de todo.
También me alarmé. ¿Y si la vecina pensaba que yo lo había envenenado? Vivo justo a lado suyo, así que, cuando menos me habrán considerado sospechoso. Pero yo nunca haría algo así. Soy un hombre de gatos. Me caen bien. Que prefiera a los perros (el animal mayor), no quita que disfrute de la presencia de los mininos. En la casa donde vivía antes, llegamos a tener más de 15 gatos. Al principio eran un par, pero se reprodujeron y se les unieron otros amigos que encontraron en nuestro jardín una fuente permanente de recursos alimenticios. Los gatos no nos hacían caso. No dejaban que los acariciáramos y apenas dábamos unos pasos en su dirección huían los malagradecidos. Igual nunca dejamos de ofrecerles croquetas, agua y otros servicios como tapetes para que durmieran. Todavía tenemos muchas de estas mascotas por allá.
En donde estoy actualmente no tenemos ninguna mascota. Así que me preocupó que eso me sumara puntos de sospecha sobre el lamentable incidente del gato vecino. Porque, además, verán: debe haber algo en mí que hace pensar a las personas que soy mala onda o lo que sea, cuando no es así. De verdad. No es presunción, ni nada, pero no soy alguien que de manera deliberada actúe para afectar a los demás. Por el contrario, procuro ser amable y cordial hasta donde la introversión me lo permite. Aunque esto último se suele malinterpretar. Debido a la timidez, en ocasiones acabo por pasar como alguien cerrado y que no se fija demasiado en los demás. Fuera de eso, no. Nunca actúo con malicia. Tanto así que hay gente que ha tenido que difundir falsedades sobre mí para de un modo afectarme. Porque por hechos concretos, reales, no se puede.
En más de una ocasión, he terminado por inspeccionar partes de mi cuerpo. Miro en el espejo las orejas, las pestañas, las palmas de las manos. Y busco algún detalle que influya en la forma en que soy visto. Busco algún cicatriz intimidante, alguna marca diabólica de nacimiento, y nada. No veo nada fuera de lo normal. Quizás sean paranoias mías. Lo cual tampoco daría para sorprender a nadie.
Y hoy, cuando estaba en la universidad, me encontré con una de las vecinas. Y le pregunté por el viejo gato, sobre el cual no había platicado directamente con ella.
«Hace unas semanas lo vimos entrar por la ventana. Se movía raro. Me asusté así que intenté acariciarlo para ver si se la pasaba. Y no. Se retorció y murió ahí conmigo», me dijo.
Le dije que lo sentía. Le platiqué lo de mis gatos.
«Sé lo doloroso que es. Una vez a nosotros nos envenenaron a unos gatos. Unos niños les aventaban comida con quién sabe qué y al poco tiempo resultó que teníamos unas bajas en la familia. Hay gente que no tiene empatía con los animales. Así que cuida mucho al que te quedó»
Me contó que recién había adoptado a un gato más, este otro de color gris. La noticia me dio gusto. Hay mucho animal que necesita de un hogar.
Un rato después nos despedimos. Sentí un alivio. Menos mal que no creía que había sido yo. Ya sea ha visto muchas veces como a veces los inocentes pasan por culpables sin que nadie lo pueda solucionar.
Antes de entrar a casa, les decía, vi al gato blanco con manchas café. Lo vi sano, fuerte, sin nada que le agobiara. Su mirada estaba dirigida hacia el horizonte. Antes de meter la llave a la puerta, vi como levantaba una de sus patas y se empezaba a lamer. Una vida plena, al parecer. Tanto, que para mis adentros llegué a desear que la reencarnación existiera. El no creer en ella, y de hecho considerarla un disparate, no evitó que al menos pensara en la posibilidad. No estaría mal ser un gato domestico. Uno que comiera y recibiera caricias como única actividad antes de dormir.
Sí, sería maravilloso reencarnar en uno de esos gatos felices. Y que los que envenenan animales reencarnen en un gusano que tenga que devorar el horrible cuerpo que recién abandonaron.
Los gatos comenzaron a ser tema sensible para mí apenas me hice de uno. En mi infancia les temí con todo lo que tenía. Acepté ahora, ya más grande, este nuevo yugo, esta modalidad aborrecible de ‘esclavitud’ que el mundo felino parece ejercer sobre humanos débiles como yo; sobra decir que acepté el arañazo y la mordida de inmediato.
En general creo que toda la existencia animal merece mil veces más la vida y el planeta. En su instinto queda inocencia. Y eso es admirable y bello, no importa cuán brutales luzcan los ciclos naturales y las cadenas tróficas, prefiero -y me es más fácil- convivir con un animal que con una persona. El animal no saca ventaja de todo. No puede ser un gandalla, eso trae paz de algún tipo, supongo. El humano de inocencia ya no tiene nada.
No sé. Creo que valorar la vida es una experiencia que puede no adquirirse apenas te descuidas. Esforzarse por formar esta valoración es lo complicado: yo superé mi terror a la cucaracha obligándome a pasar primero por una etapa de exterminio inclemente y lleno de ira. Tras comprobar que, en efecto, ya era capaz de pisarlas, sólo entonces empecé a perdonarlas. Vaya, que tampoco soy Gandhi ni un budista modosito. Pero sí que me duele ahora pensar lo que le llevó a la naturaleza tomarse la molestia de conformar orgánicamente una vida que funcionara para que alguien la ahogue o la aplaste sólo porque puede.
Eso, valorar la vida viene de entender que uno no puede darla. (Sigo hablando de los animales). El blog es estupendo, entiendo que es un intento incierto después de la cancelación de otros. Espero que dure. Saludos.
Intentaré no abandonar esto a las primeras de cambio, Don Belianís. Comentarios interesantes como el tuyo me impulsan a seguir adelante. un saludo.