Versión histórica de una de las canciones más bonitas que se han escrito jamás. Era 1975 y Bruce Springsteen ya había alcanzado la fama en Estados Unidos. Era el artista en ascenso que recibía comparaciones incluso con Bob Dylan. Faltaba un paso importante que no dejaba de ser complicado: conquistar Europa. La parada obligada era Inglaterra. Y ahí llegó una noche con dos presiones: el escepticismo de la crítica británica que se moría de ganas por minimizar a la nueva promesa americana y la de un público que tenía expectativas altísimas. Con todo, Bruce no se achicó e inició el primer concierto en el Hammersmith Odeon con «Thunder Road», la canción la que abre el gran Born to Run lanzado ese mismo año. La interpretación es sencillamente sobrecogedora, con el inicio de armónica que ya pone los cabellos de punta y luego el único acompañamiento del piano (aquí prescinde de la guitarra característica de la versión de estudio). Lo que en verdad sobresale es lo que hace con la voz: canta como un artista de rock, pero también como uno de soul. A ratos susurra; se quiebra para después dar un despliegue vocal de altura. Pongan atención a la atmósfera del escenario: no hay una luz que alumbre directamente al cantante como en un concierto tradicional, en realidad lo que hay obscuridad; una obscuridad que se acentúa cuando le vemos los ojos cerrados. Su presentación a Europa viene desde la humildad de las sombras para posteriormente alcanzar los aplausos y ser acreedor a los reflectores. Un resumen de su vida personal y de su carrera, que tuvo que llegar desde lo más bajo hasta alcanzar las grandes ligas. Convirtiendo en polvo a las barreras, los impedimentos y a los perdedores sin talento. Puede decirse que esa noche Bruce Springsteen salió a ganarse la fama mundial que desde entonces no lo ha abandonado.