En pleno 2013 no quedan muchas razones para abrir un blog.
La fama está en youtube, twitter… o en ningún lado, para qué ilusionarlos.
Ya casi nadie lee blogs. Mucho menos los comentan. Internet está lleno de los pueblos fantasma modernos: los blogs abandonados que guardan enlaces rotos que funcionan como ruinas.
Se sabe que tener blog no garantiza nada. Te puedes machacar frente el teclado durante años sin recibir nada a cambio. Incluso se puede decir que te quita ese bien irrecuperable que es el tiempo.
Ni hablar de los nervios que puede llegar a desgarrar.
Se trata de un trabajo gratuito para un público que se desconoce. Gente que te puede insultar, plagiar o, en determinados casos, tirar un pianola en la cabeza.
No, no quedan muchas razones para tener un blog. Por eso abro uno. Un año después de haber cerrado el anterior. Porque lo extraño. Perder el tiempo. Escribir para personas que jamás veré a los ojos. Divertir. Aburrir.
Así, la próxima vez que vea a una persona en el ascensor, tendré la oportunidad de decirle:
«Oiga usted. Déjeme contarle sobra una bitácora que tengo».
Aunque advierto de una vez que no lo haré, ya que las oportunidades están para dejarlas pasar.
De modo que inauguro el espacio con la noción de que con esto se justificarán muchas ocasiones desperdiciadas. Para recordar.